lunes, 28 de diciembre de 2015

Los hilos que me esclavizan



Como una muerta marioneta,
tiras del cordel,
moviendo los miembros de madera.

Piensas: Muñeca sin voluntad,
de pensamientos vacios,
esperando que la hagan actuar.

Cortaré,  romperé las cuerdas,
que me esclavizan,
no soy una de tus marionetas.   

Los hilos que me esclavizan,
son los puentes,
entre lo poco que valorizas.    

Ya no más espero,    
ya no seré lo que quieres,
seré lo que yo quiero.



lunes, 21 de diciembre de 2015

Inmortal



                Nació como cualquier persona, en una sala de hospital, llorando, rodeado de médicos.
                — Es un niño — Informó el doctor, mientras su madre abrazaba al pequeño por primera vez, escurriendo lágrimas de felicidad.
                Creció como cualquier niño, jugando con una pelota, viendo películas de superhéroes. Tenía un amigo, confidente, juntos hicieron las más grandes travesuras de su vida.  
                — Maxi, ¿Estás seguro de hacer esto? — Le preguntaba a su amigo, mientras le echaba una mirada desconfiada a la caja de cartón que traía entre manos.   
— Ya no hay vuelta a atrás — Decía con una sonrisa decisiva, para luego lanzar la caja por la ventana de la sala de profesores, y al tocar el suelo ésta se abrió liberando decenas de grillos que revolotearon por la habitación, enredándose en el cabello de las profesoras asustadizas, que gritaban y corrían despavoridas.   
Se enamoró como cualquier persona, sintiendo que una mujer por primera vez se ganaba un lugar especial en su corazón.
— Es hermosa — Exclamaba en un susurro, mirando a una joven esbelta de cabellera cenicienta.
— ¿Carol? — Preguntaba Maxi sorprendido — No te conviene — Le advertía su amigo.
— ¡A ti nadie te cae bien! —Se defendió frunciendo el ceño enojado.
Le rompieron el corazón por primera vez como a cualquier persona, sintió aquella amarga daga invisible que se clava en el corazón para infligir uno de los más horribles dolores.   
— ¿Quieres salir conmigo, Carol?, eres una chica muy linda y creo que…
— ¿Acaso crees que una chica como yo saldría con alguien como tú? — Le interrumpió con una de las preguntas más dolorosas que le habían hecho en la vida.
— Pensé que tal vez si me conocías mejor…
— Pensaste mal — Lo volvió a interrumpir, dándose media vuelta para marcharse, dejándolo allí, con el corazón en la mano hecho trizas como si fuera de frágil porcelana.  Rechazarlo porque ella era muy hermosa para él, le hizo sentirse feo, horrible e indeseable.
El tiempo curó su corazón como cualquier enamorado, cicatrizando las heridas infringidas por amor.
— Olvídate de ella — Le aconsejaba Maxi — Y la próxima elige a una chica no tan soberbia — Ambos lanzaron a reír, su amigo lo ayudó a superarla con sus chistes, y su siempre buen humor de siempre.  
Como cualquier hombre se enamoró por segunda vez, llenó aquel vacio que creyó que nunca podría llenar con otra persona.
— Ella es Helena — Le presentó Maxi, intentando hacerse oír por encima de la música — Una amiga de la universidad.
Saludó a Helena con una enorme sonrisa en su rostro, admirando la belleza inusual de la chica, que batía glacialmente su cabello castaño al compas de la música.     
Disfrutó de un noviazgo lleno de color rosa y momentos inolvidables que quedaron grabados en un lugar especial en su memoria.
— ¿Helena?
— ¿Sí?
— Creo que llega un momento en la vida del hombre que lo hace detenerse y pensar, pensar que ha encontrado al amor de su vida, que la persona que está a su lado es tan importante que nunca quisiera dejarla ir, entonces un hombre lo sabe…
— ¿Qué sabe? — Se preguntó la chica emocionada por sus palabras.
— Que quiere casarse con ella — Le respondió mostrándole un anillo brillante en belleza, pero que cuyo brillo se opacaba ante la hermosura de Helena.   
Su corazón sintió lo que todo hombre siente cuando tiene en brazos a su primer hijo, fragmento de vida de su propia sangre.
— Es nuestro hijo — Dijo orgulloso sosteniendo con una mano al recién llegado, y con la otra la mano de su mujer, que yacía agotada sobre la camilla.  
— Se parece a su padre — Dijo ésta embozando una sonrisa grande.
Pensó vivir la vida como cualquier persona lo haría, ver a sus hijos crecer, caminar por la senda de la vida de la mano de su esposa, ver a su madre envejecer rodeada de nietos cariñosos, volverse ancianos con Helena.
Esperó aquella vida, pero no todo sucedió como esperaba.
Su pelo se mantuvo colorido y brillante, mientras el de Helena se plagaba de canas. Su piel nunca perdió la elasticidad joven y ninguna arruga hizo aparición en su cuerpo, mientras la figura de su esposa se volvía arrugada, dejando atrás la hermosura de la adolescencia. Nunca perdió la fuerza, nunca se enfermó, en cambio Helena envejeció.
La muerte paso por delante de él, pero nunca se detuvo, a no ser que fuera para llevarse algún ser querido.
La muerte de Maxi fue la primera, mientras en el cajón se hallaba su amigo de la misma edad, no lo parecía, el anciano que estaba en el cajón tenía el cabello blanquecino, el cuerpo delgado y arrugado, mientras el rebosaba de juventud. Los familiares se preguntaban quien era aquel chico, no era el hijo de nadie, tampoco era un sobrino de Maxi. No sabían que era un anciano al igual que el fallecido, y que juntos habían caminado los mismos años, pero uno había comenzado a extinguirse lentamente, como todo el mundo, con cada año se volvía mayor, su rostro cambiaba, pero para él era como si los años no pasaran. Su cuerpo no tenía secuelas del tiempo.     
Estuvo en el velatorio de su esposa, viendo como se hundía el cajón que guardaba su cuerpo sin vida en la tierra, separándolo de él para siempre. Su corazón lloró amargura, se estrujó en dolor, aceptando la peor de las perdidas.
Luego llegaron las muertes de sus hijos, y si creyó que perder a tu esposa era el peor dolor que se podía sentir, se había equivocado, nada se compara con presenciar la muerte de tus hijos. Eso no es natural, se supone que los hijos entierran a sus padres, no en viceversa.    
El hombre llenó de dolor, comprendió que no moriría, que vería eternamente fallecer a sus seres queridos una y otra vez. Era un castigo que no comprendió porque merecía, pensó pero no supo que era lo que había hecho para merecer tal tortuosa eternidad. Si existe algo más allá de la vida, un cielo y un infierno, él nunca lo sabría.          
Se alejó de todo, se internó en la selva, solo, para vivir solo y no tener que perder a nadie más.      
Pasó los años, los siglos y milenios en soledad absoluta, ya no tenía con quien hablar, por quien sentir, sólo le quedaban los buenos momentos vividos, para recordar por el resto de su infinita vida.       


viernes, 11 de diciembre de 2015

Miles de caminos, una finalidad


Existió un hombre, que buscaba caminos que los demás ignoraban, parecía perdido, caminando sin un rumbo fijo, pero no era así, su mirada privilegiada veía lo que el resto no podía percibir, porque él no miraba con los ojos, él mira con el corazón.
Cada vez que en su camino se interponía una piedra, sea grande o pequeña, la guardaba en su mochila haciéndola cada vez más pesada, y le dificultara caminar.         

Pasó mucho tiempo, hasta que entendió que era aquello que sus ojos veían, todos aquellos caminos que se levantaban ante sus ojos, los cuales podían cambiar deliberadamente según nuestro accionar. No importara que camino tomemos, sea liso o escarpado, angosto o ancho, largo o corto, todos llevan al mismo destino, a la muerte. Al entender esto decidió tomar el camino más largo sin importarle que se encuentre en él, fue dejando las piedras que guardaba en su mochilas, las fue descartando una por una, aligerando el peso de su espalda, y por último tomó la mano de la mujer que lo esperaba a la entrada de este camino, porque no pensaba transitarlo sólo.  

martes, 8 de diciembre de 2015

Te prefiero platónico


                Siempre lo veía pasar a la misma hora, yo salía a la calle, me sentaba sobre la escalera y lo miraba manejar su Volkswagen blanco por enfrente de mi casa, con la ventanilla baja dejándome ver su hermoso rostro, pintado con dos grandes ojos celestes, y una cabellera castaña que bailaba siendo llevada por el viento.
Esta vez fue diferente, porque hasta ahora nunca me había notado. Esta vez volteó su rostro e hicimos contacto visual, y aun mejor, me sonrió. No les puedo explicar la sensación que sentí en aquel encuentro, no existen las palabras correctas para describir un sentimiento de esta magnitud.          
Al otro día, cuando salí temprano, me encontré con un sobre que descansaba en la alfombra. Lo tomé dudando, sin dejarme de preguntar de quien sería, aun que tenía mis sospechas.

Ola linda. ¿Quieres salir conmijo maniana a la noche a tomar halgo?
Pazo por ti a las 21hs. Ezperame - M”   

Sí, definitivamente las letras no eran su fuerte. Si la nota pertenecía a quien yo sospechaba ya me parecía que tanta perfección era imposible, seguramente debe ser un genio matemático, seguro que sí, algún contador de cartas o un experto en computación. Bueno, dejando su ortografía de lado, me invito a salir, me sentí muy contenta, al fin lo conocería, ya dejaría de imaginarme como era, en que trabaja, que estudia, cuáles son sus hobbies, porque lo escucharía por su misma boca, lo conocería al fin.        
A las 20:30hs ya estaba preparada, me bañe, peine, vestí y maquillé. Sólo quedaba sentarse a esperar, pero con cada minuto que se acercaba a la hora acordada me ponía más nerviosa, este día saldría con un chico muy guapo, ¡Ruego que todo salga bien!    
Se hicieron las 21hs, miré expectante a la puerta, pero nadie llamó. Pasaron los minutos, y comencé a preocuparme, ¿Por qué tardaba tanto?, ¿Le había sucedido algo?  
Una hora después tocaron a la puerta, sí, un poco impuntual, me levanté de mi asiento entusiasmada y girando el picaporte abrí la puerta, encontrándome del otro lado con un muchacho vestido con camisa gris y pantalones de jean, que me miraba con una enorme sonrisa. Era el joven del Volkswagen blanco, como yo esperaba, era alto y muy apuesto, pero cuando mis ojos se desviaron hacía la calle me di cuenta que había venido caminando.
— Y ¿Tu auto?
M, por ahora no sabía más que su inicial, suspiró como alguien que recuerda buenos tiempos pero a la vez resentido.
— Lo perdí en una apuesta — Me respondió sin dar más rodeos.
¿Una apuesta?, ¡Oh, no! ¿Tiene un problema con el juego?    
— ¿En el casino? — Le pregunté cautelosamente, recién nos conocíamos, no quería parecer muy entrometida.
— No — De los labios de M se escapó una estúpida carcajada — No, era una apuesta de patineta, unos amigos me retaron a hacer un flip combinado con un frontside boardslide, obviamente perdí.
Lo miré incrédula, tal vez era una broma, pero su mirada me decía que no me estaba mintiendo.  
— Y ¿Tuviste que apostar tu auto? — Le pregunté todavía incrédula.
— Era para hacerlo más interesante — Dijo dándome una enorme sonrisa, para luego cambiar de tema — ¿Estas lista? — Me preguntó.
— Sí — Le respondí cerrando la puerta detrás de mí.
Caminamos varias cuadras, hasta un resto-bar, de amplias ventanas y paredes pintadas de color arándano, el ambiente olía delicioso, haciendo que mi estomago gruñera con lujuria, tenía mucha hambre.     
Nos sentamos en una mesa y de inmediato se nos acercó un mozo.
— ¿Qué van a pedir? — Interrogó sosteniendo una libreta y un lápiz listo para apuntar nuestras ordenes.
Releí el menú un par de veces y me decidí por una lasaña de carne, M, que al final resultó llamarse Marcos pidió lo mismo.  
Mi paladar se degustó por el sabor exquisito del plato que resultó ser una excelente decisión, no pude evitar que de mi garganta se escaparan varios gemidos de placer al saborear mi cena como si fuera una ambrosía celestial brindada por los mismos dioses. Sí que lo estaba disfrutando.
Mis ojos se desviaron hacía Marcos, el cual parecía también degustar de la lasaña, no sólo de eso, sus pupilas estaban clavadas en mi escote, me miraba de forma pervertida y lasciva, seguramente imaginando vaya a saber qué cosa sucia. Me sentí muy incómoda, mis mejillas se tiñeron de un rojo brillante. Me removí un poco para ver si podía despertarlo de su trance, como seguía en su contemplación vulgar me decidí en hablarle.
— ¿Marcos? — Sin respuestas — ¡¿MARCOS?!
El joven sacudió su rostro despertando de un sueño profundo, por fin logré romper su concentración. Me sonrió ampliamente, casi cegándome con la luz que despedía su dentadura completamente blanca. 
— Eres hermosa — Me dijo echándome una rápida mirada examinadora, sin importarle lo que yo podía pensar de sus indiscretos ojos. 
— Gracias— Carraspeé un poco incomoda al ver como se mordía el labio provocativamente.  
Durante toda la cena prácticamente mi participación en la conversación que sosteníamos consistía en asentir ante sus palabras o parecer interesada en sus graciosas anécdotas, que por cierto no eran tan graciosas como él pensaba. Cada vez que abría la boca para decir algo debía cerrarla porque él se me adelantaba a comenzar con otra de sus anécdotas, las cuales siempre rondaban en su grupo de amigos y a todas las fiestas que asistían o de cuando tuvo una doble fractura en el pie por caerse de una rampa al intentar hacer un truco con su patineta.
Cuando el mozo trajo el suculento postre sentía un atisbo de felicidad renacer, la verdad la cita no estaba saliendo como yo esperaba, me era aburrida, y algo monótona, sin ninguna emoción encontrada. Lo único bueno que podía rescatar era el hecho de que frente a mí se sentaba un hermoso joven, digno de admirar sus facciones masculinas bien cinceladas, pero me estaba preguntando si realmente todo esto valía la pena.       
Cuando terminamos de cenar, ya era bastante tarde y en el centro del bar la gente se acercaba a la pista a bailar con sus parejas, los miré atenta ignorando momentáneamente las palabras de Marcos, algunos se veían muy felices y enamorados. Suspiré de forma soñadora.  
— ¿Quieres bailar? — Me dijo levantando las cejas seductoramente al darse cuenta como miraba la pista con anhelo.    
Le asentí entusiasmadamente y dejé que me tomara de la mano para guiarme al centro de la pista. Debo decir que era buen bailarín y que me hacía sentir como una mariposa a punto de arrancar vuelo con cada movimiento que dábamos. Los parlantes cambiaron de una canción enérgica a otra más lenta y melodiosa, y de repente tenía su duro pecho contra mí, y sus fuertes brazos rodeándome, las cosas al fin se ponían un poco más interesantes. Comenzamos a mecernos lentamente al compas del delicado ritmo de la melodía.
Marcos se separó de mí momentáneamente y se fue hasta la barra a pedir dos bebidas. Recibí la mía con una sonrisa y mirando el contenido burbujeante lo lancé por mi garganta sin titubear, sintiendo como quemaba mi carne al descender. Lance un gemido de satisfacción y Marcos sonrió victorioso.          
Bailamos varias piezas sin detenernos, yo tomé dos tragos más y decidí detenerme, no quería emborracharme en nuestra primera cita, siempre es bueno causar una buena primera impresión, en cambio a Marcos no pareció importarle mi primera impresión sobre él, perdí la cuenta en su quinto trago. Lentamente comenzó a arrastrar las palabras y a reírse por cosas sin sentido, al principio me pareció graciosos, pero luego cuando lo vi bailar tambaleándose y tropezando torpemente entre sus propios pies me di cuenta que se había pasado de copas.
Marcos seguía tomando, ignorando mi suplica para que se detuviera, esto no podía acabar bien.
— Marcos — Le dije mirándolo seriamente — Creo que ya es suficiente — Le dije arrebatándole el vaso espumante de entre los dedos, pero él me lanzó una mirada asesina y recuperó su bebida entre mis manos de un brusco manotón, para luego vaciar todo el contenido al lanzarlo por su boca, sin desperdiciar ni una sola gota.
— Ya entiendo que pasa — Me dijo lanzándome una mirada coqueta, mientras intentaba mantener el equilibrio— Te gusto tanto que quieres protegerme hasta de una resaca.     
Me atraganté con una bola de saliva, no puedo creer que haya dicho eso.
Me tomó bruscamente del brazo y, prácticamente, me arrastró de vuelta a la pista de baile, me apresó entre sus brazos y me hizo girar y danzar sin ningún sentido, mientras inclinaba su rostro hacía mi, y sentí una arcada cuando el olor a alcohol llegó hasta mi.    
Sus manos comenzaron a presionar mi espalda y descendieron hasta apresar mi cintura con fuerza, realmente me estaba poniendo nerviosa, intenté zafarme de sus brazos pero él era muy fuerte. Sus manos siguieron vagando por mi espalda, bajando cada vez más, más y más y allí fue cuando realmente me enfadé, cuando sentí que pellizcaba mi trasero, ¡Por Dios, era nuestra primer cita!, ¡No lo podía permitir!
La palma de mi mano voló hasta su mejilla, haciendo un ruido atronador que rebotó por toda la pista, las parejas vecinas miraron la escena extrañados, algunos muchachos parecieron querer interferir, pero ya era tarde porque logré zafarme de los brazos de Marcos.
Caminé golpeado con fuerza los tacos sobre el suelo, mientras mis mejillas despedían humo de la ira que sentía. Abandoné el resto-bar y caminé hasta mi casa maldiciendo en voz baja cosas inaudibles.
Al día siguiente, cerca del mediodía alguien llamó a mi puerta. Giré la perilla encontrándome del otro lado con un muy destruido Marcos, se notaba que tenía una muy fea resaca, con el pelo despeinado, la boca reseca y unas oscuras bolsas que caían por debajo de sus ojos.
— ¿Qué haces aquí? — Le pregunté con despreció en mi voz.   
— Venía a disculparme, ayer me pase de copas, y te toq… — No pudo terminar la frase, se notaba que sentía mucha vergüenza — Lo siento — Dijo finalmente — ¿Podrás perdonarme?, salgamos de vuelta, te demostraré que en verdad soy buen chico, sólo que esta vez…
— Sí, te perdono — Le respondí, y pude ver como en su boca se formó una sonrisa satisfecha.
— Bueno, mañana paso por ti a las…
— No — Lo volví a interrumpir, viendo como se borraba la sonrisa de su rostro — Te perdono pero no volveremos a salir, ya no me interesas de esa forma.
— ¿Cómo que ya no te intereso? — Pude notar algo de dolor en su tono de voz.
— Sí, te prefiero como antes de conocerte, te prefiero platónico.      
Los ojos de Marcos se clavaron sobre los míos, se veían suplicantes, pero no me inmuté, seguí firme en mi posición. Marcos se despidió de mí, pero antes se volvió a disculpar, al final se marchó. A veces lo veo pasar por enfrente de mi casa con un nuevo auto, a veces intercambiamos miradas, y otras veces saludos simples, como un asentimiento de rostro o una pequeña sacudida de mano.       

jueves, 26 de noviembre de 2015

Muñeca de porcelana



Muñeca de porcelana,
que en la repisa descansas,
con tus pupilas perdidas
y tu piel en grietas bribas.     

Olvidada te han dejado,
donde el polvo inunda como vástago, 
con tu rostro triste muestras una mueca
que tu dolor nos agüera.      

La soledad te abruma,
y los años sobre ti se inculpan,  
del daño hecho,
a tu esmalte berrueco.    

Nadie nunca sabrá,
si en tu pecho de grana 
un corazón descansa,
o sólo en triste vacio se halla.     



lunes, 16 de noviembre de 2015

Bruja adivina


— ¡Te encontré!— Grité enojada mientras azotaba la puerta con violencia, haciendo que mi hija y la adivina saltaran del estupor sobre sus sillas.
Mi pequeña e inocente niña estaba tomada de las manos con una bruja, ella se deja engañar por este tipo de cosas, no sé cuantas veces la he encontrado desobedeciéndome, ya le he explicado unas mil veces que es perdida de dinero y tiempo, esta clase de gente te hace creer lo que ellos quieren que uno crea, y los idiotas caen en su jueguito.    
— Tu madre tiene un temperamento muy violento— Dijo la vieja bruja, mi hija bajó la mirada y pareció sonrojarse, como si yo la estuviera poniendo en ridículo. Aquí la única ridícula es mi hija que le cree a esa vieja bruja impostora.   
Mi hija que todavía no tenía cumplido ni siquiera los quince años, esta tarde llevaba una remera suelta y una vincha le recogía el cabello azabache. La bruja, parecía estar disfrazada para un teatro del mago de Oz, la envolvía una túnica violeta estampada con las figuras del zodiaco, y un turbante de plumas le cubría el cabello anaranjado, sin mencionar que su rostro estaba inundado de sombra y pintura, dándole un aspecto místico.
Me acerqué a la mesa hecha una furia, tomé el mantel azul de estrellas y lo arrojé hacia atrás y luego golpeé la mesa repetidas veces, haciendo que mi hija gritara. Sí, tal vez estaba exagerando un poco, pero no soporto a las personas que se aprovechan de niños inocentes como mi hija, que le hacen creer en cosas que no existen, solo para robarle algunas monedas. ¡Es indignante!      
— ¡Para, mamá!— Me gritó ella — ¡¿Por qué siempre haces una escena de todo?!— Me preguntó encolerizada.
— Es que hija, ¿No te das cuenta que lo que quiere esta mujer es robarte dinero?— Le dije señalando a la bruja, la cual hizo caso omiso a mi comentario, como si no le afectara mi recriminación.     
— Pero mamá— Dijo exasperada, intentando hacerme entrar en razón — Si no hubiera venido con ella, no estaría hablando contigo ahora.         



jueves, 29 de octubre de 2015

Bésame


Bésame, bésame,
que no existe mejor poesía,
que la de tus labios.

Nuestras bocas unidas,
como niños,
juegan a encontrarse.

Ámame, ámame,
permíteme en tu corazón vivir,
como mi único hogar.  

Deja que nuestros cuerpos bailen,
al unísono de una canción romántica,
que el mismo Apolo,
ha escrito para nosotros. 

Abrázame, abrázame,
que sólo te pido,
que nunca dejes de besarme,
de la misma manera, que hoy lo haces. 






lunes, 26 de octubre de 2015

Ella estaba muerta


Ella estaba muerta; pero su tumba, donde debería estar su cuerpo, estaba vacía.  

lunes, 19 de octubre de 2015

Pachamama viva


                Llovía a cántaros, la lluvia golpeaba la acera de forma rabiosa. El piloto no se dejó intimidar por la tormenta, ya había volado en varias oportunidades con temporales mucho mayores.  
                Wilcox era un hombre recién entrado en los treinta años, miró por la ventanilla con sus ojos de manteca, él tampoco se dejó intimidar por la lluvia, su destino era Sudamérica, salía de la comodidad de su hogar civilizado para internarse en la húmeda y peligrosa selva misionera. Alguien que se atreve a un cambio tan drástico no le temé a una simple lluvia de invierno.     
                Cuando habían llegado, Wilcox miró por la ventanilla contemplando una vasta tierra roja, parecían lagos y ríos de sangre.
                 Un anciano lo estaba esperando en el aeropuerto junto a su camioneta destartalada y despintada, él sería el intermediario entre las tribus guaraníes y su improvisado español.  
                Wilcox bajó del avión cargando con un enorme bolso, el anciano se acercó a él y lo ayudó a colocar el bolso detrás de la camioneta:
― ¿Wilcox verdad?― Le preguntó con un extraño acento que nunca había escuchado, donde parecía pronunciar las “e” como si fueran “i” y colocar “eses” donde no iban ― Yo soy José― Le dijo extendiéndole la mano, Wilcox le devolvió el saludo.  
El extranjero se subió al asiento del acompañante y José encendió la camioneta la cual gimió como un león al prender el motor.  
― La tribu guaraní a la que vamos tiene como cacique a un hombre llamado Katu-Itaete, si él te acepta podremos hablar con ellos sin ningún problema. Por cierto, no me has dicho que has venido a hacer por estos lados.    
― Negocios― Respondió secamente Wilcox, sin separar la mirada del camino.
― ¿Un hombre de pocas palabras?, ¿Eh?― José rió, esperando que el extranjero lo acompañara en su carcajada, pero Wilcox no lo hizo, se quedó callado, como si no hubiera escuchado nada.  
Luego de andar por un largo camino de tierra roja, la camioneta llegó hasta las entrañas de la nada, donde florecía una pequeña aldea guaraní, con chozas de ramas y troncos con techos de paja y hojas, los habitantes ya no llevaban sus ropas habituales y coloridas de un típico nativo, sino que habían sido visitados por la civilización, sus pechos eran cubiertos por remeras o desteñidas camisas, y sus pies estaban descalzos o apoyados sobre ojotas de plástico, pero todavía conservaban su arcaico idioma.  
José fue el primero en comenzar a hablar, se dirigió a ellos en su idioma, Wilcox no entendió nada en guaraní, así que esperó la traducción al español.
― Katu-Itaete  quiere saber cuáles son tus intenciones, sino no te darán la información que buscas.
― Diles que soy un cazador― Le dijo el gringo,  José hacía el trabajo de traducir sus palabras al mismo tiempo que eran habladas.
Wilcox caminó hasta la camioneta y tomó de atrás su pesado bolso, lo arrojó al suelo y abriendo la cremallera de esté les mostró a los nativos su contenido. Todos expresaron asombro en sus rostros y algo de estupor, al ver lo que contenía, era la piel de un Jaguar, sedosa y brillosa, parecía un anaranjado sol manchado en rosetas negras, escondido en un sucio bolso de tela.   
                El cacique miró la piel animal y de sus labios sólo salieron unas palabras:   
―Japi yaguareté-abá ― Y todos en la aldea gritaron de emoción, como si un redentor hubiera llegado a su aldea para salvarlos del mal. 
― ¿Qué ha dicho?
― Que eres un cazador de yaguareté-abá.
― ¿Qué es eso?
José volvió a hablar con Katu-Itaete, le interrogó, buscando información al respecto:
― Ellos creen que su antiguo Paí se ha transformado en yaguar, dice que está matando sus gallinas. Vos al cazarlo serias consagrado como el más fuerte de la aldea. Eres un héroe ante sus ojos.    
Wilcox rió, como si hubiera escuchado la ridiculez más grande del mundo.
― Entonces hay un Jaguar cerca― En su rostro se demarcó un amplia sonrisa ambiciosa ― Indágales información sobre el animal, donde lo han visto y si saben si tiene alguna madriguera.
José ya no estaba tan feliz como antes, la sonrisa había sido borrada de su boca, y le preguntó a Katu-Itaete de mala gana:
― Dice que aparece durante la noche cuando todos duermen. Uno de la tribu ha encontrado huellas a nueve quilómetros de aquí― José miró a Wilcox mientras hablaba, lo miró como si estuviera hablando con un demonio o un aterrador fantasma ― Wilcox, posiblemente no te interese mi opinión, pero yo creo que Pachamama es la madre de todos, y nos da tanto la vida como la muerte, puede enfadarse por que querés quitarle a uno de sus hijos, el Jaguar, y por eso se puede revelar contra vos…
Wilcox interrumpió las palabras de José con un ataque de risa, su rostro se había vuelto bordo de tanto reír, su cuerpo se encorvaba pidiendo auxilio, ya que sus pulmones parecían explotar:
  ― Realmente eres ignorante― Le dijo con los ojos llorosos ― Yaguarete-aba no existe, al igual que Pachamama.
José se sintió ofendido, estaba atacando sus pensamientos, sus ideales, su fe:
― Deberías tener cuidado con lo que dices, no vaya a ser que Pachamama te demuestre su existencia de la peor manera.   
Wilcox volvió a burlarse en la cara de José, con una ronca carcajada despreciativa:
― Ya tengo la información que necesito, no seguiré perdiendo tiempo con ustedes.
José asintió en aprobación, se subió a su camioneta y sin  dirigirle la palabra ni despedirse, se marchó, ni siquiera esperó que le pagara lo prometido por traducir, no quería su dinero, dinero de un cruel cazador de Jaguaretés.
Wilcox sacó de su bolso su arma de caza, se colgó el bolso al hombro y comenzó la marcha a pie, internándose en el corazón de la selva misionera.      
La selva era espesa, y estaba llena de vida. La maleza parecía bailar cuando la brisa la tocaba, el sol inexistente, débil, no podía atravesar la alta pared de ramas, se creaba así un bunker oscuro y húmedo, hogar de miles de vidas. Pero las pisadas del hombre hacían alejar a la fauna viva, que huía despavorida al aroma tenebroso y amenazante del humano, que por supuesto olía a muerte.     
Según las indicaciones de los nativos, encontró las huellas donde esperaba, éstas eran frescas, y estaba seguro que eran de un jaguar adulto, y ante sus intereses un ejemplar muy valioso.
La maleza se movió, y Wilcox reaccionó como un animal de instinto, giró sobre sí mismo, sigilosamente, mirando la proveniencia del movimiento, creyó que algo lo asechaba.     
Sin miedo alguno movió sus pies y se dirigió a aquellos arbustos, para descubrir que ocultaban un nido, sus ojos se abrieron entusiasmados y su corazón saltó de alegría, lo que buscaba no era sólo un jaguar adulto, sino que era una madre, que guardaba en un tierno nido, encima de un colchón de ramas, una fresca cría, de pocas semanas, de cabello todavía como pelusa, brillante y hermoso, haciendo desentono ante tan oscura atmosfera.
La cría miró asustada, sus ojos cafés estaban tristes, denotaba su acelerado corazón el miedo que se veía en su pequeño rostro, un humano había encontrado su escondite.   
Wilcox tomó del bolso una pequeña jaula, y agarrando al cachorro del pescuezo lo obligó a entrar en aquella reducida cárcel. Wilcox rió feliz, con la cría haría buen dinero vendiéndola a algún zoológico o a un mediocre circo.
Pachamama lloró al ver aquella escena, un pequeño bebé, futuro rey de la selva misionera siendo apresado injustamente. Los reyes deben ser libres, gobernar con total poderío y elegancia, pasear por su reino verde con la libertad que se merecen, no divertir en una vulgar exhibición o ser el felpudo de un suelo macabro. Los reyes merecen la vida. Sí, Pachamama lloró, se lamentó, y se despertó en la madre de la cría.  
La jaguareté fue guiada por su instinto salvaje, sabía que su cría estaba en peligro, por eso volvió a su nido volando como si tuviera alas. Atravesó la selva hasta llegar a su hija. Hizo lo que toda madre haría, defender a su hija. Sigilosamente se colocó detrás de Wilcox, sin que éste advirtiera su presencia.
Wilcox en un momento sintió un rayo golpear su espalda y miles de alfileres enterrarse en su garganta, era la madre jaguar, que con sus afiladas garras, su única arma, atacó al humano dispuesta a dar su vida por su bebé. El extranjero intentó girarse y arremeter contra aquello que se había adherido a su cuerpo como una lapa, pero fue imposible, su muerte estaba jurada, se desangró, y su carne se pudrió, volviéndose tierra que alimentó la sed de justicia de Pachamama.



miércoles, 14 de octubre de 2015

Oscuro astro



Oscuro astro,
que vuela sin rumbo fijo,
dejas un fino rastro,
de destellada luz,   
sobre mi corazón lastro.  

Nunca dejes de andar,
por el anchuroso vacio,
para mi alma llenar,
ya lacerada y marchita,
la vuelves encendida lava.

Como las Pléyades sólo nocturnas,
brillas para mí como Astrea,
deliciosa luz ante mi mirada abstrusa,
pintas mi cielo, mi alma,
de placido color diurnal.      

El mayor de los infinitos,
existe en mi amor por ti,
no le creas a los mitos,
que dicen de mí, y de ti,

déjate amar sin requisitos.      

lunes, 5 de octubre de 2015

El veneno de una flor

   
     Tomó un lápiz y papel, y se puso a escribir:
                ― La lluvia caía como ríos, corriendo por sus abultados labios rojos de flor. Las gotas saltaban sobre su cabello de oro. Y ella parpadeaba seductoramente, mostrando sus cielos celestes. Era una mujer hermosa, pero con un corazón marchito, que gustaba de jugar con los hombres por el simple placer de hacerlos sufrir.― Escribió y leyó en voz alta al mismo tiempo.   
                Polilla, así es como lo llamaban, miró su producción con una sonrisa, le estaba gustando. No quería admitirlo, pero estaba escribiendo para vengarse, su anterior mujer lo engañó, jugó con su corazón, nunca había sentido tanto dolor en la vida. Creyó que una buena forma de vengarse sería escribiendo un cuento que la criticara, la idea era crear un personaje malicioso al igual que ella, manipuladora y fría, al final del cuento se quedaría sola, sería consumida por la soledad que ella misma había creado de su maldad. De aspecto no se parecía en nada a su antigua mujer, pero no le importaba, él estaba seguro que ambas tendrían el mismo destino, la terrible y oscura soledad.      
                Polilla siguió escribiendo, la nombró Adelfa, porque era hermosa y delicada como una flor, pero era venenosa también. Casi al terminar su cuento se vió en un apuro, no podía hacerle eso a su personaje, no podía darle su merecido, que terminara en soledad. Él se encontraba solo y le dolía desearle lo mismo a otro. Luego de estar un largo tiempo pensando que hacer, dejó el cuento inconcluso, y se decidió por ir a dormir, ya lo terminaría por la mañana.     
                Sus sueños fueron agitados, las pesadillas lo embriagaron, sentía como un puñal penetraba su corazón una y otra vez. Sólo hay un lugar donde se vuelven a vivir los momentos pasados, los sueños.   
                Despertó a la mitad de la noche, todavía con la pesadilla calcada en su retina, reviviendo todo otra vez. Creyó ver un cabello dorado que se paseó por delante de él, pero el sueño era poderoso y no le dejó vislumbrar bien aquella figura, lo obligó a caer nuevamente dormido, preguntándose inconscientemente si aquello que había visto era real o no.  
                Por la mañana abrió los ojos lentamente, recordando lo que creyó ver, con miedo a que fuera real, pero estaba solo en su habitación.
                Se vistió y se dirigió a la cocina, tenía pensado desayunar rápido y luego dedicarse cien por cien a terminar aquel cuento, y darle a Adelfa lo que se merecía, un castigo doloroso.
Sus ojos se inflaron de la sorpresa al chocar contra el umbral de la cocina, había alguien en su casa, una mujer delgada y hermosa que estaba rebuscando en el interior de su nevera. La mujer lo vió y sonrió mientras cerraba la puerta:
― Quería prepararte el desayuno, pero tienes la heladera vacía― Rió aquella joven de cabello rubio, que le habló como si lo conociera de toda la vida.   
Polilla no podía creer nada de esto, sabía muy bien quien era aquella mujer, la había imaginado en su mente, y ahora extrañamente estaba ante sus ojos. Era Adelfa, la flor venenosa de su cuento. ¿Cómo había salido de las hojas en donde la había escrito?
― Debo estar soñando todavía― Dijo Polilla en voz alta, todavía incrédulo.
― ¿De qué estás hablando, amor?― Preguntó Adelfa acercándose a él, para darle un delicado beso sobre sus labios.
Ese besó selló su duda, sintió sus suaves labios sobre los de él, la sintió real, de carne y hueso. ¿Cómo es posible algo así?, ayer estaba descripta en una hoja de papel, hoy estaba en alma y cuerpo delante de él.
No pudo responder a su pregunta, ¿Qué podía decirle?, ¿Qué era producto de su imaginación?
Adelfa caminó hacía el baño y prendió la ducha, para luego cerrar la puerta tras ella mientras lanzaba un beso al aire, destinado para Polilla. Él le sonrió, simulando que todo estaba bien.  
Pasaron unos segundos y seguía escuchando como la lluvia chocaba contra los azulejos del baño, Adelfa comenzó a tararear, con su suave voz una melódica canción de amor. Fue allí cuando Polilla traspasó velozmente la distancia que lo separaba de su teléfono, buscó en la agenda un número y llamó:
― Vamos, vamos, atiende― Decía impaciente ― ¿Jefe?, ¡Soy yo, Polilla!― Dijo a través de su celular ―Necesito que vengas, ahora mismo ― Y colgó, impaciente se retorció las muñecas.    
A los minutos alguien tocó a la puerta, era Jefe, así lo llamaban porque era muy mandón. Polilla abrió la puerta y lo invitó a pasar haciéndole señas que guardara silencio.  
― ¿Qué sucede?― Le preguntó Jefe muy extrañado por la actitud de Polilla.
― Hay una chica en mi ducha…
― Ah, que bien, veo que ya superaste a tu ex― Le dijo Jefe palmeándole el hombro con una sonrisa picarona en su rostro.  
― ¡No!― Negó Polilla ― No entiendes, esa chica no existe, es de uno de mis cuentos, no sé cómo diantres salió de mi cabeza.
Jefe lo miró abriendo los ojos de par en par, muy sorprendido por sus palabras,                  en un momento pensó que se estaba burlando de él.
― ¿Eres comediante ahora?
― Sólo necesito que te fijes si tú también la vez― Le rogó Polilla.
― ¿Me estas pidiendo que me meta en la ducha mientras una chica se está bañando?, ¿Qué cosas locas me pides?― Le dijo pero luego se sintió tentado por la propuesta, le lanzó una sonrisa maliciosa ― Está bien, lo hare, pero si la chica me intenta golpear le diré que tu eres el pervertido que invita a sus amigos a espiar a sus novias mientras se bañan.
― Sí, sí, ¡Sólo hazlo de una vez!― Se impacientó Polilla.
Jefe caminó hasta el baño y lentamente abrió la puerta para espiar:
― Buena broma me has jugado, has prendido la ducha y todo como para engañarme, la verdad es que casi me la creó― Dijo Jefe riendo.
― ¿De qué estás hablando?― Polilla se adentró al baño muy preocupado por su salud mental.
Adelfa se estaba bañando debajo de la ducha y cuando notó que dos hombres habían entrado al baño comenzó a gritar:
― ¡¿Qué haces Polilla, cómo te atreves a traer a alguien mientras me baño?!― Se tapó velozmente con una toalla y salió corriendo en dirección a la habitación principal, muy enfadada.
― ¡Adelfa!
― ¿Quién es Adelfa?
― ¡¿No la has visto correr?!
― En serio, no sé de qué me hablas, ¿Puedes cerrar la ducha y dejar de desperdiciar agua sin sentido?, ¡El chiste ya paso!
― No era un chiste― A Polilla le comenzó a doler la cabeza, todo era muy irreal y complicado ― ¿No la escuchas llorar en la habitación?
Jefe abrió la puerta de la habitación de Polilla, esperando encontrar algo, pero no había nada que sus ojos pudieran ver:         
― ¡Otra vez!― Adelfa salió de la habitación muy enojada, todavía envuelta en la toalla, sus mejillas estallaban de fuego.  
Polilla los veía a los dos, uno al lado del otro, pero Jefe no parecía notar su presencia:
― ¡Allí esta!, ¿No la vez? ― La señaló, pero Jefe ni siquiera le respondió con un sí o no.  
― Creo que te has vuelto loco desde que tu mujer te dejo― Jefe miró a Polilla con pena.
― Espero que esto no sea una broma de ustedes dos, porque no es gracioso― Dijo Polilla y luego se cruzó de brazos muy ofendido, creyendo que todo esto era un chiste de muy mal sabor.  
― Creo que me iré― Dijo Jefe, su rostro trasmitía preocupación, creía que su amigo estaba loco de verdad, que la tristeza había despertado la demencia en él.
Jefe se fue, y sólo quedo Polilla y el rostro enfadado de Adelfa:
― ¡Qué sea la última vez que metes a alguien en el baño mientras me estoy duchando!― Polilla no pudo decir nada, Adelfa salió caminando a paso veloz y se encerró en su habitación, azotando la puerta con rabia.
Al día siguiente, Polilla y Adelfa estaban sentados en el living desayunando, ella no paraba de hablar y mimar a su novio, había preferido olvidar lo que pasó ayer y darle otra oportunidad a Polilla, aunque ni siquiera se la haya pedido.
Polilla intentaba escuchar todo lo que decía, prestarle atención, pero su mente volaba por miles de dudas, todo lo que estaba viendo era una incertidumbre, ya no sabía que era real y que no.  
La puerta fue golpeada interrumpiendo así la conversación que era sostenida en el living. Polilla se levantó a abrirla, allí encontró a Jefe acompañado por un médico con su blanco delantal.
― Hola― Dijo Polilla invitándolos a pasar a su casa, los miró extrañado, ¿Por qué Jefe había traído un doctor con él?   
― Cuéntame Polilla― Le dijo el doctor sentándose en el sillón junto a Adelfa, pero sin ni siquiera mirarla ― ¿Cómo es esa Adelfa de la qué me ha contado tu amigo Jefe?
― Está sentado junto a ella― Le dijo señalándola.  
El doctor giró su cabeza, sus ojos no vieron más que vacio:  
― Sí, ya veo― Dijo anotando en una cartilla que traía entre manos ― Cuéntame un poco de ella.
― Apareció ayer, es igual a un personaje de un cuento mío, no entiendo cómo se salió de ahí― Dijo mirando a la joven, la cual le giñó el ojo seductoramente.  
― Ah, ah― Se levantó del sillón y caminó hacia la puerta ― Bueno señor Polilla no necesito saber más― El doctor abrió la puerta y dejó entrar a otros doctores más, se los veía fuerte y grandotes, parecían enfermeros que por las noches eran de seguridad en los boliches.     
Polilla sabía muy bien que se proponían estas personas, pero no iba a resistirte, tal vez realmente necesitaba ayuda, tal vez realmente se había vuelto loco.    
Polilla pasó el resto de los días encerrado en una habitación acolchada, aislado del mundo, como nadie le creyó se volvió agresivo, creyó que se burlaban de él, sintió vergüenza y bronca. Se volvió loco porque no le creyeron lo que veía. Cualquiera diría que Polilla vivió solo el resto de su vida, pero en realidad no fue así, Adelfa lo acompañó todos aquellos años de locura, ella nunca se fue de su lado.       


lunes, 28 de septiembre de 2015

Notas al tiempo



                ― ¡Lo he logrado!― Gritaba de emoción el anciano ― Después de tantos años, ¡Por fin lo he conseguido!
― ¿De qué estás hablando?― Le preguntó el muchacho mientras era arrastrado por la emoción del mayor.
Jamie era un muchacho prodigio, habilidoso en las artes musicales, tocaba el piano como los dioses, cada nota que tocaba parecía tomar vida, tanto que saldrían volando del pentagrama. Hacía algunos meses había conocido a Amedeo, un anciano loco, de canas despeinadas y ojos llenos de fascinaciones. El anciano le había prometido un trabajo muy importante para él, no le había dicho cual, pero a la espera de la promesa de aquel trabajo, se habían hecho buenos amigos.     
― No te lo diré hasta que lo veas― El anciano abrió la puerta de par en par, mostrando en su interior lo que parecía ser el taller de un relojero. Decenas de relojes colgaban del techo y de la pared, y uno en particular era enorme, y tenía los engranajes por fuera, al muchacho lo que más le extraño en aquel lugar fue aquel piano de cola, entre tantos relojes parecía hacer un desentono.
― ¿Qué es este extraño lugar?― Decía el joven inclinando la cabeza para inspeccionar el lugar más cuidadosamente, mientras sus mechones rubios se balanceaban en el aire como si fueran columpios.     
― No te asustes hijo― Le dijo dándole un empujoncito para que se animara a entrar ― Eres muy afortunado al ser el primero en conocerlo y usarlo.  
El joven miró al anciano perturbado, sus últimas palabras le asustaron, ¿Cómo que él lo usaría primero?, vaya uno a saber qué cosa loca había creado el científico, y ¿Si era peligroso?
― Lo usaría yo mismo pero no sé de música, estoy recibiendo clases de una anciana, pero en un mes no aprenderé a tocar a la perfección, por eso serás tú él primero en probarla mi querido amigo― Amedeo sonrió graciosamente y guió al muchacho hasta el piano ― ¿No es un hermoso piano? 
― Sí, lo es― Reconoció el chico ― Pero lo que más me preocupa es lo que podría hacer.
El anciano suspiró, se remangó la camisa, siempre hacía eso cuando iba a dar una conferencia o explicar algo complicado:    
― Tienes toda la razón, no es un piano de cola corriente― Levantó la tapa que guardaba las teclas y lo invitó a sentarse, Jamie accedió, no muy conformé. En el atril el muchacho vio unas partituras que reconoció de inmediato ― Antes que digas algo, sí, son para violines, pero se pueden tocar igual en el piano, incluso las he visto tocar a cuatro manos.   
Jamie conocía muy bien aquella partitura, la tenía grabadas en su memoria, Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, versión para el piano.     
― Nunca diría eso, las he tocado una millonada de veces.
― Perfecto, entonces será pan comido― Se remangó la camisa aún más ― Lo que tienes aquí es una máquina del tiempo― Soltó como si se sacara un gran peso de encima.
― ¿Una máquina del tiempo?― El pianista largó una carcajada ― Eso es de novelas de ciencia ficción.  
― No te rías, esto es serio― Lo retó el científico, procediendo a explicarle cómo funcionaba ― La melodía, la cual bien conoces, como tú sabes pasa por todas las estaciones del año, empezando por primavera, solo debes empezar a tocar en la estación que nos encontramos y repetir la sinfonía una y otra vez, ya sabes cada cuatro estaciones tienes un años así que…  
― Me pasaría horas para hacer una década― Se quejó el joven sacudiendo sus cabellos con indignación.
― No seas vago, la sinfonía completa dura un poco más de treinta minutos, es decir que cada media hora simbolizaría un año. ¡No está mal!
El joven lo miró de reojo, pensando que debería estar bromeando.
― Y ¿Cómo funciona?― Le preguntó el muchacho mirando el enorme reloj junto al piano.
― Cuando las teclas comiencen a ser tocadas, impulsaran mediante un mecanismo que les he inventado las manillas del reloj, haciendo que el tiempo vuelva o avance, depende en qué dirección toques la canción… 
― ¡¿Qué?!― Le interrumpió sin entender una palabra.
El anciano giró las hojas de las partituras hasta llegar a la última, señaló con su dedo arrugado la última nota de la sinfonía ― Cuando quieres retroceder en el tiempo comienzas a tocar desde aquí pero en sentido contrario― Dijo marcando el curso de la partitura en dirección a la izquierda.  
― Ah, ah, entiendo, es como si la rebobinara. ¿Y si estoy en el futuro debo empezar a rebobinar desde donde la deje o desde el final?
― No, desde donde dejaste de tocar, porque ese representa tu presente, donde fue tocada la última nota.
― Entonces quiero comenzar viajando al pasado― Dijo emocionado, preparando los dedos para comenzar a tocar, pero el anciano lo interrumpió.         
― Sería aconsejable primero al futuro.
― ¿Por qué?
― Porque como te he dicho, siempre tú serás el presente, si adelantas el tiempo envejecerás y si lo atrasas te rejuvenecerás, no queremos que te encuentres a ti mismo siendo un bebé, incapaz de tocar el piano para volver.
― Sí tiene mucho sentido. ¡Podría fijarme los números que saldrán mañana en la lotería, así lo jugaríamos hoy!, es una buena forma de probarlo, y de paso nos volveríamos ricos.    
―Ah― El anciano frunció el entrecejo, preguntándose que era correcto y que no, pero el dinero es tentador ― Sí― Dijo finalmente ― Es una buena idea, sería una buena prueba de que el tiempo se puede manipular. ¡Sería todo por un simple ensayo científico!
― Sí claro, claro― Se rió el joven.
― Bueno― Dijo anotando en su diario ― La primera prueba será el día miércoles primero de marzo de mil novecientos veintidós a las diecisiete horas.    
El joven enfocó su mirada verde sobre las primeras notas, colocó sus dedos en posición, y cuando se sintió preparado, presionó la primera tecla. El tiempo se materializó a su alrededor, se volvió visible, móvil y manipulable. Las manecillas del reloj comenzaron a moverse, en la caja del piano apareció un rallón sobre su fina madera. Jamie no dejaba de sorprenderse, al ver como el tiempo transcurría velozmente delante de sus ojos, al compas de la melodía de Vivaldi. Cuando las manillas dieron veinticuatro vueltas, el joven dejó de tocar. Si las cosas habían funcionado bien era el día de mañana a la misma hora. El salón estaba vació y oscuro.  
Jamie se levantó del piano muy confundido. Salió de la casa del anciano y fue directo a comprar un diario.         
El diario tenía la siguiente fecha: jueves 2/03/1922, definitivamente era el día de mañana.
Jamie festejó con un sonoro: ¡SÍÍÍ!, y todos los de la tienda lo vieron extrañado. Pero no le importó, estaba muy emocionado. La maquina había funcionado, este debe ser el mayor invento que se haya creado en toda la historia humana.       
El mismo diario tenía los números de lotería: 26 – 30 – 05 – 12 – 44 – 33
Jamie memorizó los números por si el diario desaparecía al llevarlo al pasado.
Se sentó en el taburete, dejó el diario sobre el piano y se dispuso a tocar la canción en sentido contrario. El tiempo se volvió visible, y caminaba hacia atrás. La tinta del diario desapareció, al igual que el rallón en la caja del piano. 
Cuando tocó la última nota, la cual era la primera de la partitura, el tiempo dejó de andar, para estancarse en el presente.
Amedeo todavía estaba a su lado, con el diario en la mano:
― Y ¿Bien?, ¿No piensas tocar el piano así lo probamos?
Jamie miró al anciano extrañado, ¿De qué estaba hablando?
― ¡Ya lo he hecho!― El anciano lo miró extrañado, e incrédulo al mismo tiempo, creyendo que el chico se estaba burlando de él.
Jamie tomó el diario que había traído, el cual ahora estaba blanco.    
― He comprado un diario, pero al volver sus noticias desaparecieron ― Al decir esto el anciano le creyó, pegó un grito alegre y comenzó a correr desesperado, en su torpeza golpeó a uno de los relojes que estaban colgados en la pared, haciendo que este cayera sobre el piano y lo rayara en la caja de resonancia.  
― Oh, mierda, el piano.
Jamie miró el rayón con los ojos abiertos, su corazón casi se paraliza del estupor:
― Cuando viaje al futuro, vi esa ralladura, la misma, en el mismo lugar.
El anciano lo escuchó, casi tan impresionado como el joven.
― ¿Por qué el diario esta vacio?
― Porque aun no ha sido impreso, este es el diario de mañana― Le respondió el anciano.
Esa misma tarde fueron a sacar un boleto de lotería, con los números que Jamie había memorizado: 26 – 30 – 05 – 12 – 44 – 33.
Cuando llegó el día siguiente, esperaron con mucha ansía que comenzara la lotería, la escucharon por la radio, sin retirar los ojos del boleto.    
― veintiséis ― Comenzó a dictar el locutor de radio, mientras Jamie y Amedeo se emocionaban al ver que su primer numero coincidía, estaban seguros que serían ricos ― treinta y cinco…
― ¡¿QUÉ SUCEDE?!― Gritó sorprendido Amedeo al ver que el segundo número era distinto.
― Cuarenta, dieciocho― Continuó la voz.
Jamie sacudía su cabello negando con resignación.
― Esos no eran los números, los recuerdo bien.
Amadeo rompió el boleto enfadado, había fracasado.
― Ya no importa― Dijo ― El futuro es incierto, regido por el azar, estos números― Dijo mostrando el boleto roto― Fueron parte de un futuro, ahora estamos en otro futuro, esto es prueba de que existe el libre albedrió, no existe la predestinación, el futuro es aleatorio, y las decisiones que tomemos igual, ¿Nunca escuchaste a alguien decir me gustaría volver en el tiempo para deshacer lo que hice?, ¿Tomar otra decisión?, pues es posible, cada vez que viajemos encontraremos otro futuro, en uno que hayas decidido casarte, y tal vez otro en el que estés soltero, uno en el que seas doctor y otro en el que seas carpintero, porque lo que escribe nuestro futuro no es el destino sino nosotros mismos.   
  

lunes, 21 de septiembre de 2015

Mil mundos en una mente poeta


Mil mundos en una mente poeta,    
cielos e infiernos,
de su dictamen crea.  

Valles y lúgubres lagos,
bañan las hojas,
de los cuentos aciagos.       

¿Cómo puede la pluma del autor
fundar ciudades y naciones,
con sólo su magistral angor?    

Tinte de soberbió poder,
como el tridente de Poseidón,

eres un  arma, eres un taller.   

jueves, 17 de septiembre de 2015

Moordenaar


Él tenía una misión.
Luego de largas horas de viaje, llegó a los más misteriosos y alejados confines de África. El chamán de la tribu lo estaba esperando, habían montado un enorme banquete y prendido la fogata ceremonial, para darle la bienvenida.
El chamán, se presentó ante el cazador envuelto en un torrencial de colores, cadenas y aros. De su cuello colgaba un extraño amuleto de madera, tallado por sus propias manos.    
― Me protege de la bestia― Le dijo el chamán en su idioma, el cazador lo entendió perfectamente, porque pasó años estudiando los distintos idiomas y dialectos de África.
Él tenía una misión por cumplir, debía cazar a la bestia, la cual hace tiempo que asechaba a las tribus africanas, por las mañanas encontraban animales muertos, bueyes, gallinas y carneros, y también desaparecían hombres y niños, los cuales nunca volvían del interior de la selva. Algo los estaba cazando.      
Los nativos lo llamaban Moordenaar, que traducido al español significa asesino.   
Durante el banquete un niño se le acercó con una tabla de madera, el cazador tomó la tabla entre sus manos, para apreciar el dibujo que estaba pintado en su superficie.           
― Pinté lo que vi aquella noche― Le dijo el niño, uno de los pocos sobrevivientes que dicen haber visto a la bestia y regresado con vida. El cazador miró al niño a los ojos, tenía su iris tan oscura como su pupila, todavía podía mirar el miedo vivido atravez de ellos.
La madera encerraba un dibujo muy extraño, habían algunos arboles negros, que por detras de ellos se escondía una enorme sombra, con hombros inchados, y ojos que brillaban. Al cazador se le erizó la piel, nunca había visto un animal tan grande. Supuso que seguramente sería algun oso parado en sus dos patas traseras, pero en la selva africana no hay osos, talvez era un simio de gran tamaño, un gorila talvez.         
A mitad de la noche, el chamán comenzó a cantar una canción tribal, mientras se acercaba al cazador trayendo entre sus manos un amuleto, igual al que colgaba de su cuello:
― Este es para ti, te protegera de Moordenaar― El cazador tomó entre sus manos el amuleto de forma incredula, pero por respeto a la hospitalidad que le había brindado la tribu, se colocó el collar en el cuello.         
Cuando el sol se hizo presente, asomando su quemante faz sobre la copa de los árboles, fue allí cuando el cazador salió de la tribu, internándose a pasos decididos en la selva. Transportaba consigo una mochila que guardaba una botella de agua, una bolsa con carne, tres trampas para osos, una linterna y algunos antisépticos. Al cuello además de colgarle el amuleto del chamán, también llevaba una cámara, la empresa que lo había contratado quería muestras de que un nuevo espécimen habitaba en las regiones del África, si no podía traer una muestra física, le sacaría una foto. Y lo más importante un Rifle Sauer s303 GTi destinado a la caza mayor, nunca se debe salir a la selva desarmado. Nunca sabes con que te puedes encontrar.
Caminó durante horas, debía alejarse de las tribus y adentrarse enteramente en una zona liberada de la mano del hombre, donde sólo habitara la salvaje naturaleza.   
Cayó la noche sobre la selva, empañando toda la atmosfera de sombras y oscuridad.
Se le hizo imposible al cazador continuar caminando, sus ojos eran inútiles ante la noche, buscó en su mochila la linterna y alumbró hacía adelante, en busca de un lugar para descansar, no quería rondar mucho tiempo por la selva con aquella luz, ya que sabía que ahuyentaría a los animales.           
Sacó de la mochila una de las trampas para osos, y la colocó en la tierra junto a un enorme secuoya, lo tapó con tierra y encima puso un pedazo de carne, luego volvió a caminar, sin perder la cuenta de sus pasos, contó cincuenta pasos hasta que encontró una enorme piedra cubierta por las ramas de un árbol cercano, formando una especie de cortina. El cazador movió las ramas e ingreso por aquella cortina hasta encontrarse con la piedra. Esperaba que las ramas lo cubrieran bien, y que ningún Moordenaar lo convirtiera en su cena mientras dormía.
Un horrendo olor fétido lo despertó a la mitad de la noche, era tan fuerte que le picaba la nariz y le costaba respirar, nunca había olido nada igual.  
El cazador llevó la lente de su rifle hasta su ojo, intentando captar en la oscuridad alguna forma. En sus oidos retumbaban los ecos de fuertes pisadas, que parecían machacar hojas y ramas distantes.      
A la distancia lo vió, una enorme sombra erguida, tenía el aspecto de un oso, pero de un enorme simio al mismo tiempo, caminaba agilmente entre los arboles, parecía estar cubierto por una espesa capa de pelos.   
El cazador sintió una parálisis en su corazón, cuando la bestia giró y enfocó sus brillosos ojos, que parecía salidos del infierno, en dirección a él. No lo dudó, apretó el gatillo y la bala salió corriendo en dirección al Moordenaar. La bestia gimió y comenzó a huir en dirección a la trampa de oso.  
Un sonido metálico cortó el viento, la trampa había sido accionada.
El cazador salió de su escondite, y con la linterna en la mano contó cincuenta pasos. La trampa estaba cerrada, rociada en sangre. Se acercó cuidadosamente y vió que entre los dientes de la trampa habían pelos negros, cubiertos de sangre. La bestia había escapado.
Despues de esa noche, no volvió a ver a la bestia, estuvo semanas viajando por la selva, en busca de pistas o huellas, pero no encontró nada. Porvencido volvió a su pais, con las únicas muestras conseguidas, la sangre y los pelos negruscos.
Esperó semanas para que el laboratorió le diera el resultado del análisis de ADN, pero el científico a cargo, había dicho que se habian perdido las muestras. El cazador creía que le estaba mintiendo, y no se equivocaba.      
Pasaron los años, y el cazador nunca recibió noticias de las muetras. Enfadado y desepcionado volvió a África en varias oportunidades, pero nunca volvió a ver a Moordenaar. La bestía sólo sobrevivía en su memoría y en los recurdos de los africanos que lo habían visto alguna vez.                     

jueves, 10 de septiembre de 2015

Gesta al caballero enamorado


Los navíos rompían las aguas,
a su paso, las olas se abrían,
nunca fuerza mayor en el mar habitó,
que aquella coraza de madera escarlatita.    

Un caballero, temerario como león,
recorría las aguas en búsqueda,
de aquello que le mandaba el corazón,
sin temor alguno, a la suerte aboveda.    

Sorteó miles de venturas,    
todas repletas de cuitas y penumbras,  
pero al caballero no le importó,
ni siquiera enfrentarse al más fiero de los monstruos.

Por el numen de los dioses,
las obedientes aguas,
empujaron la nave a una isla,  
misteriosa como la suerte fragua.        

Una laguna en el centro se juntaba,
espejo del cielo,
que en su faz la luna se pintaba,
radiante y en desvelo.   

El caballero, envuelto en una armadura de metal,
reluciente cual sol a de brillar,
se acercó al centro,
guiado por su corazón fiero.     

En la laguna brilló,
una mujer de piel de marfil,  
con ojos hermosos y relucientes,   
como el océano añil.   

El caballero fue tocado por el amor,
al ver a la débil joven,
cubierta por las aguas en son,     
como si fueran un blanco orbe.  

Los brazos del  mancebo,
se hundieron cual placebo,
sobre mantas de olas,  
sacando a la joven entre escollas.     

El caballero enamorado,
llevó a su doncella rescatada,
hacía un lugar seguro,
de entre las mares y encrucijadas.